La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el estrés laboral como la reacción que un trabajador tiene ante exigencias y presiones laborales que no se ajustan a sus capacidades y que ponen a prueba su habilidad para afrontar la situación. Y si bien el estrés laboral, como consecuencia de la exposición a riesgos psicosociales, siempre ha estado presente en las relaciones de trabajo, este se ha incrementado en intensidad e incidencia en los últimos años, llegando incluso a que algunos se refieran a él como la nueva “pandemia laboral”.
¿Cómo se genera el estrés laboral?
Entre los factores de mayor impacto que pueden desencadenar escenarios indeseados de estrés laboral encontramos, por ejemplo:
- La digitalización como quiebre del límite entre la vida personal y laboral, intensificada por fenómenos como el «always on» o el FOMO (fear of missing out).
- Entornos de trabajo tóxicos, donde se normalizan jornadas innecesariamente extensas, la competencia desleal o el micromanagement como prácticas habituales.
- La falta de propósito en el trabajo, que se da cuando este deja de tener sentido o no refleja lo que la persona valora, y que tiene especial trascendencia para la nueva fuerza laboral perteneciente a la generación Z.
- La incertidumbre laboral y económica, potenciada por escenarios de informalidad laboral, e incluso, dentro de la formalidad, por la contratación temporal o la falta de claridad en los roles y metas dentro de la organización.
A modo de ejemplo, según la Oficina de Estadística de la Unión Europea, el estrés laboral es el segundo problema de salud ocupacional más frecuente, después de los trastornos musculoesqueléticos. Por su parte, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) indica que una de cada ocho personas en el mundo sufre algún trastorno mental, siendo la ansiedad y la depresión los más comunes. Si trasladamos ello al universo de la Población Económicamente Activa (PEA) global, aproximadamente el 15% de los adultos en edad de trabajar ha tenido un trastorno mental —lo que representa cerca de 600 millones de personas viviendo entre la ansiedad y la depresión—, condiciones que, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ocasionan 12 mil millones de días laborables perdidos por año. Esto equivale a un costo de 1 billón de dólares anuales para la economía mundial debido a la pérdida de
productividad.
La evidencia permite concluir que, en un mundo donde la eficiencia, la inmediatez y la innovación dictan el ritmo empresarial, el estrés laboral se ha convertido en una amenaza silenciosa pero real para la salud de millones de personas, y para la sostenibilidad de las organizaciones y de la economía global.
¿Cómo afrontar el estés laboral?
Si bien problemas como el estrés laboral y la violencia en el lugar de trabajo son ampliamente reconocidos como grandes desafíos para la salud y la seguridad ocupacional, claramente aún nos falta tomar medidas eficaces que enfrenten este escenario, tanto desde la gestión del Estado como desde la gestión interna de nuestras organizaciones. Si queremos construir organizaciones sostenibles, resilientes y humanas, debemos dejar de ver el estrés como un costo inevitable y empezar a abordarlo como un problema urgente que sí tiene solución.
Desde la mirada de las organizaciones, en el enfoque moderno de gestión de personas, la salud mental debe ocupar un lugar central en la agenda de liderazgo. En esa línea, algunas medidas concretas que ya están siendo aplicadas con éxito en empresas globales incluyen, entre otros, la evaluación periódica del clima laboral; la capacitación en liderazgo empático y gestión emocional; políticas claras de desconexión digital; la inclusión de programas de salud mental y asistencia psicológica como parte del paquete de beneficios corporativos; y el fomento de una cultura de bienestar integral que incluya pausas activas, espacios seguros para expresar situaciones de malestar y mecanismos de reconocimiento al buen desempeño.
En consecuencia, frente a un entorno cada vez más competitivo, exigente y cambiante, ignorar el estrés laboral ya no es una opción, pues queda claro que no es solo un problema de salud, sino un riesgo estratégico que debemos aprender a gestionar. Su adecuada gestión no solo generará bienestar en los trabajadores, sino que también impulsará la productividad, reduciendo la rotación, reteniendo talento y fortaleciendo la reputación corporativa. Las empresas que reconozcan este desafío y actúen con decisión y convicción estarán mejor preparadas para atraer talento, adaptarse a la transformación digital y liderar con propósito.